Las Dos Premisas del Movimiento Histórico
Condiciones para la Emergencia del Partido y la Dictadura de Clase
Este manifiesto se presenta como el punto de partida para la creación de un movimiento histórico, cuyo objetivo central es transformar las condiciones materiales y políticas de la sociedad para dar lugar a una nueva forma de poder colectivo. Este poder no será una réplica de los antiguos sistemas de representación política ni una nueva fachada de las instituciones actuales, sino una ruptura total con el orden dominante, nacida de las condiciones objetivas de la lucha de clases. Aquí se condensan las premisas fundamentales que guiarán tanto la acción de los más avanzados como de las masas proletarias para organizar y ejecutar la transformación radical de la sociedad.
¿Qué es el movimiento revolucionario? No puede definirse como una estructura organizativa ni como una corriente ideológica externa a los sujetos que lo componen. El movimiento no existe fuera de la práctica de quienes lo constituyen; es histórico y se manifiesta cuando los individuos y colectivos subordinados, tanto avanzados como amplios, aceptan, reclaman y reconocen activamente sus dos premisas fundantes.
Primero, que se debe construir técnicamente la dirección política capaz de conducir la ruptura histórica.
Segundo, que esa ruptura requiere una nueva forma de poder, exclusivo de una sola clase, de los desposeídos de la producción social, de la clase dominada históricamente.
El movimiento, por tanto, no es algo que se crea desde fuera, sino algo que emerge desde dentro como resultado de una toma de posición consciente frente al orden existente. Su definición no es jurídica ni formal, sino material y subjetiva, por tanto, es movimiento quien actúa como tal, quien rompe con la lógica de representación neutral y asume que la historia no cambia por acumulación de injusticia, sino por la decisión organizada de quienes identifican su rol en la transformación. Así, el movimiento no se define por su nombre, por su forma o por su inscripción legal, sino por su naturaleza viva, por la disposición práctica de los sectores subordinados a asumir una dirección y un poder de clase como única salida histórica posible. Cuando esto ocurre —cuando las premisas ya no son tesis aisladas, sino necesidad compartida— el movimiento deja de ser una idea o una aspiración, y se convierte en sujeto histórico real, capaz de condicionar el curso de los acontecimientos. Es ahí donde empieza verdaderamente la transformación.
Primera Tesis: El Movimiento como Germen de Dirección y Poder
Para que todas las organizaciones, colectivos, vanguardias y trabajadores conscientes puedan reconocerse en un mismo movimiento político histórico, este debe construirse no como una estructura cerrada ni como una fórmula organizativa rígida, sino como una dirección estratégica colectiva definida por dos premisas fundamentales que delimitan su carácter, su función y su objetivo. Estas premisas no son puntos de programa, ni consignas simbólicas, ni declaraciones ideológicas, sino líneas de acción política que organizan de forma simultánea dos niveles del sujeto subordinado, es decir, las capas más avanzadas y las masas más alienadas.
La primera premisa consiste en la construcción y divulgación, entre los trabajadores más avanzados, los cuadros ya formados y las vanguardias militantes, de la necesidad táctica de preparar, con rigurosidad técnica, estratégica y operativa, las condiciones materiales para la aparición de una nueva forma de dirección política centralizada. No se trata de refundar lo existente, ni de acumular siglas, ni de adaptar viejas estructuras, se trata de articular, desde abajo, la creación de un nuevo centro de dirección, cualificado, disciplinado y consciente, capaz de asumir tareas históricas reales. Esta tarea exige identificar los núcleos más lúcidos de la clase obrera, situarlos estratégicamente, conectarlos con un plan común, y generar entre ellos cohesión táctica y claridad de propósito. El movimiento, por tanto, no absorbe las organizaciones que ya existen, las orienta hacia un objetivo común superior, sin borrar su experiencia, pero superando su dispersión.
La segunda premisa, de igual relevancia y peso estratégico, es la proclamación y divulgación, entre las grandes masas explotadas, de que no puede existir ninguna forma de democracia neutral, universal o representativa que sirva realmente a sus intereses mientras la sociedad esté dividida estructuralmente en clases con intereses irreconciliables. Por tanto, no es viable ni legítimo hablar de una democracia para todos mientras una minoría posee los medios de producción, el control institucional y la capacidad de decidir el destino de la mayoría. Lo que debe ser planteado ante las masas es la necesidad histórica de reemplazar el sistema actual no por una nueva representación, sino por una forma de poder transitoria ejercida exclusivamente por quienes no se apropian de trabajo ajeno para su beneficio privado. Esta forma de gobierno no pretende eternizarse, pero es indispensable como mecanismo político de transformación para desmantelar las estructuras que reproducen privilegios, expropiar a quienes han monopolizado el poder económico y estatal, y reorganizar la sociedad sobre bases colectivas y racionales. No se trata de imponer una visión autoritaria ni de eliminar la pluralidad social, sino de dejar claro que las posiciones políticas que expresan intereses opuestos a la emancipación de la mayoría trabajadora no pueden formar parte del nuevo proceso de construcción política, porque su función histórica ha sido siempre conservar el orden de dominación. Por eso, el movimiento establece con total claridad que su dirección no es una fórmula inclusiva abstracta, sino un proceso de delimitación estratégica, o se está del lado de la producción común de la vida o se defiende el derecho privado a apropiarse de ella. En este sentido, las dos premisas están estrechamente ligadas, una orienta la formación de la dirección estratégica, la otra abre en las masas un nuevo horizonte de poder; una condensa, la otra expande; una organiza, la otra desestabiliza el consenso hegemónico. Juntas constituyen el núcleo político que puede articular a todos los sectores comprometidos con la transformación real, y permitir que cada organización, cada colectivo, cada sujeto en lucha, pueda reconocerse dentro de una misma dirección histórica sin renunciar a su identidad, pero elevándola hacia un propósito común superior. Solo así el movimiento podrá dejar de ser una suma de resistencias dispersas y convertirse en un proceso real de sustitución del orden dominante por una nueva forma de poder colectivo y racional.
Segunda Tesis: El Clamor por el Partido como Resultado del Movimiento
Lo que se debe alentar no es una estructura previa ni una organización impuesta, sino un movimiento activo, consciente y ascendente de los sectores más avanzados del mundo del trabajo y de las masas desorganizadas, convergiendo progresivamente en torno a una misma necesidad histórica. Este movimiento tiene una lógica propia.
En su primera fase, impulsa a las vanguardias y cuadros dispersos a reconocerse entre sí, a coordinarse, a proyectarse más allá de los límites locales o sectoriales, y a unificarse bajo una consigna común que no nace de la ideología, sino de la experiencia acumulada, la urgencia de construir una nueva forma de dirección política cualificada, estructurada técnicamente y capaz de conducir una ruptura real con el orden existente. En paralelo, este mismo movimiento actúa sobre las grandes masas, no como propaganda abstracta, sino como catalizador de una comprensión creciente de que las formas actuales de gobierno no solo son ineficaces, sino que nunca podrán representar sus intereses. Así, desde abajo, empieza a crecer el clamor por una transformación profunda, no reformista, que solo puede expresarse de forma práctica en la necesidad de una forma transitoria de poder ejercido directamente por quienes trabajan y no viven a costa de la producción ajena.
Cuando ambas corrientes del movimiento —la de las vanguardias cualificadas y la de las masas movilizadas— alcancen el punto de maduración, el surgimiento del partido de nuevo tipo no será una decisión formal ni el producto de un debate ideológico, sino la respuesta técnica y política a una exigencia compartida, orgánica y ampliamente reconocida. En ese momento, las vanguardias ya estarán unificadas, no en torno a una sigla, sino en torno a una tarea histórica concreta, al formar un centro de dirección colectiva con capacidad para aplicar, extender y sostener el nuevo principio de poder. Y las masas, por su parte, habrán dejado atrás las ilusiones parlamentarias, las promesas reformistas y los ciclos repetitivos de alternancia, para reclamar abiertamente una dirección que organice su fuerza y transforme su conciencia en poder real. El partido de nuevo tipo, por tanto, no será el inicio del proceso, sino su cristalización: el punto de síntesis entre una dirección ya articulada y una base social dispuesta a reemplazar la arquitectura del poder vigente por una nueva forma de gobernar centrada en los intereses históricos de una sola clase. Solo así podrá comenzar la transición real hacia otra sociedad, sin repetir fórmulas agotadas ni imponer estructuras externas, sino dejando que la necesidad histórica del momento produzca sus propias herramientas de resolución.